jueves, 30 de marzo de 2017

La reivindicación de la luna.


Solía creer que la luna era una de esas cartas malas sin remedio. La confusión, la ilusión, la mentira. Parece sencillo pensar que no tiene nada bueno, que es una indeseable. Pero sinceramente, nunca pude verla con esos ojos. Había algo en ella, enigmático, secreto, que me parecía muy atractivo. La luna además es un cuerpo astrológico importante representa a lo femenino, lo receptivo. Bueno, quizá desde la perspectiva del tiempo aquello tiene sentido en una sociedad cristiana misógina. Lo femenino tiende a ser oscuro y confuso para el hombre.
Viéndolo desde ese punto de vista, me hace pensar que la luna es el sentido a través de la visión femenina. Es hermana del ermitaño (1+8=9), por lo que más que una respuesta es una búsqueda, un descubrimiento. Pero este descubrimiento se hace de manera receptiva y no activa como en el caso del ermitaño, en la luna observamos la fenomenología, no buscamos la confirmación de la lógica.
En la luna nos abrimos a las emociones radicales, luego de haber hallado la templanza, de haber conocido nuestra bajeza, de haber sido golpeados por la verdad que nos condujo a la fe. Al instinto no comprendido como algo sucio y pecaminoso, sino como sabiduría natural. Eso que dentro de nosotros nos mueve en una dirección antes de que el filtro de lo racional nos indique qué hacer. Está en nuestros genes, es patrimonio de la vida. Es la sensación previa a la explicación, el impulso primigenio que está allí porque el universo entiende de esos códigos, somos nosotros los que los hemos olvidado.
Nuestra sociedad no nos enseña a manejar esos impulsos. Ignoramos la naturaleza porque somos seres racionales, sin alcanzar a ver que somos racionales por naturaleza.
Si dejamos a estas emociones libres sin comprenderlas nos controlarán y vendrá la depresión, las mentiras, la infidelidad, la manipulación y el drama. Nos volveremos cambiantes y caprichosos, y esto lo proyectaremos a nuestro alrededor. Pero no somos así por maldad, somos así porque hay una parte de nosotros mismos que hemos obviado y por ese medio nos recuerda que está allí, esperando a ser atendida.

No obstante, la luna puede ser bien canalizada. Puede ser la intuición y el poder psíquico humano. Puede ser el trabajo mágico que pone orden en el universo y el auto-descubrimiento a través del trabajo con nuestra sombra. Puede ser los ciclos de la fertilidad femenina. La capacidad de sentir a la naturaleza como parte de ti y a ti como parte de la naturaleza. Puede ser la habilidad de conectar con las emociones de los demás y con las propias. Sumergirnos en nosotros mismos para conocernos en profundidad, principalmente en nuestra pequeñez.

La luna es la ocasión en la que estamos conectados con lo que la madre naturaleza dispuso que seamos para reflejar la divina inteligencia del universo. Podemos acogerlo y amarlo, hacerlo parte de nosotros y convertirnos en seres integrales; o podemos negarlo y combatirlo, transformándolo en un monstruo oculto, acechándo en la oscuridad.

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